Introducción de Juan Benítez de la Exposición "Vacío es color"

"Vacío es color”
Nuestro viaje comenzó dirección a la nada. Ya en los albores, y gracias a nuestro entusiasmo, se nos revelaron diferentes formas de ausencias. Nos sentimos muy atraídos por estas formas esenciales pensando que habrían de mostrarnos el secreto tan anhelado, sin embargo, la ausencia se escondía aún. La nada no deseaba comunicarse con nosotros. Entonces cada camino emprendido se fundía en sí mismo, como huyendo de la gran pregunta. Y todo parecía quedar, así sin más, en los propios caminos. En esos, en LOS CAMINOS A LA AUSENCIA.
Desde nuestra mirada, la que pretendía la nada, contemplamos a la naturaleza. Y el color buscaba la ausencia.
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Crepúsculos imperecederos, la interminable luz del anochecer continuo, del amanecer que nunca acaba.
En el camino, “…El blanco del cielo claro nos regala la esperanza del negro que no se deja ver y que nos disimula cariñoso el exceso de luz que nos ciega…“ El blanco y el negro, el color y el no color.
La cima. Desde arriba también se esconde.
Altos de bosque. Y desde afuera.
El bosque. Desde dentro, los árboles no son ellos, sólo sostienen la armadura de su verdadero interior. Casi que no están.
Niebla. La ceguera. Los sentidos que se pierden. El mundo de las apariencias se esconde.
La tundra y la nada. Una gran oportunidad de intuir la verdadera ausencia. La nada no existe.
Glacial. La naturaleza nos muestra que sus elementos pertenecen a un todo unitario. El ser y no ser de un mismo ser.
Casi quisimos recurrir al vacío simplista y eliminar todos los elementos y quedarnos con el espacio puro creado para lo incierto, para la nada, pero se llenó sin querer de nosotros. El bosque, la niebla,..., todos ellos se dibujaron tal y como fueron vistos por la mente, tal y como fueron vistos por nuestros ojos, nuestras narices, nuestros oídos, nuestros sabores, nuestros tactos y nuestros pensamientos. Comulgamos con lo ausente desde nuestro contenido. Y la nada seguía sin aparecer.
Pensamos en crear reinos para la nada. Quizás así… Pero los reinos ya eran algo, de modo que ella tampoco allí se sostenía.
Finalmente concluimos que desde algo no era posible aspirar a esa nada, porque el algo, o sea nosotros, no tenía suficiente capacidad para concebirla. La nada no podía tampoco significar la no-existencia, ya que el no existir era perfectamente posible y, a pesar de todo, siempre era posible encontrar algo. Aún no lo sabíamos pero la nada no existía, en realidad.
Ante tales visiones, nuestros mundos se zarandearon un poco y las ausencias se colgaron algunos ropajes. La CAJA Y el ÁRBOL fueron los protagonistas.
Y entonces narramos una historia dual. Pareció que dimos un pequeño paso hacia atrás volviendo a buscar los contenidos, sin embargo lo hicimos para poder seguir adelante. Porque comprendimos que aún no conocíamos completamente nuestra naturaleza. Porque entendimos que el viaje no había acabado y que había muchas cosas que poner en orden. Desde aquella postura, debíamos concebir a toda costa de lo que era capaz nuestro entendimiento con el mundo más aparente y simple. No obstante y por encima de tal situación, el color no renunció a su ausencia. Incluso en aquellos estados dualistas, el color quiso mantener su pulso con ellos. Esto nos satisfizo mucho.
Además, el llenar de contenidos la ausencia sin renunciar completamente a ella, nos permitió un paso más hacia un entendimiento mejor de la existencia humana. Con ello pudimos aspirar a pintar más allá de nuestros propios pensamientos. Y la plástica consiguió evocar ser pensamiento mismo y no simplemente una representación de ellos. Consiguió, de forma alegórica, ser mente*. Dimos las gracias al color.


*La imagen mental de algo no es nunca igual a la imagen que vemos porque la mente contiene también las otras restantes percepciones. Ver algo no es igual que oírlo, por ejemplo, y la mente percibe ambas. La cosa es la misma pero las imágenes percibidas son distintas. No obstante, nuestro pensamiento sí puede hacerse igual a cualquier imagen percibida, el pensamiento puede perfectamente describir la imagen vista, oída, olida, tocada, saboreada o pensada, debido al poder que él tiene sobre el libre albedrío. Por este carácter es fácil que nos inclinemos a pensar que el pensamiento es el dueño, señor e incluso imagen única y verdadera. En realidad, el pensamiento no es la única imagen posible de la mente. Un conocimiento exhaustivo de la mente nos da luces conscientes para saber cómo y cuando el pensamiento se falsea dando entendimientos desacertados. Las imágenes que percibimos no coinciden siempre con lo que nos dice el pensamiento. Una luna reflejada en un lago sereno puede parecernos tan real como la misma luna. Desde aquí, el pensamiento puede fabricar grandes alucinaciones pensando la realidad que le conviene a su mundo de entendimiento. Con un simple hecho como este podemos ya hacernos cargo del alcance que puede llegar a tener el tan hablado principio de indeterminación en la imagen. El Principio físico de indeterminación fue enunciado en 1932 por Heisenberg y a él nos remitimos para su comprensión. Por lo que respecta a nosotros, cuando queremos hallar tal principio en la imagen no nos estamos apoyando en las leyes físicas, puesto que sabemos que la imagen no está sostenida por ellas, sino que deseamos situamos en una postura intelectual que suponga que tales condiciones pueden gobernar el ejercicio de nuestras exploraciones artísticas. Las concienzudas miradas pensativas nos disponen en esa posición incierta con lo que por su cualidad nos trasladan directamente hacia una mirada puramente estética, desde Kant, versátil, subjetiva e indeterminada. Gracias a la estética de la recepción, la indeterminación ha dado grandes pasos tanto en los campos estéticos como en los artísticos, sin embargo nos pone a su vez llenos de obstáculos. Tal y como está planteada, la indeterminación en estética parece contradecir su propia fuente, el principio de Heisenberg, y se transforma en una “idea estética” que, como todas, se eleva y cae por su propio peso y se vuelve a construir (la incertidumbre de la incertidumbre). Pero nos divertimos con el juego, es espectacular y atractivo. Se habla de apariencia del objeto, de la muerte del artista y del nacimiento del nuevo sujeto social que también crea arte. Se habla de algo cualitativamente o esencialmente indeterminable que deja a la subjetividad liberada, o perdida en los campos sensibles ¿Debe ser el sujeto la causa del no-objeto? Hablar de la liberación del sujeto como tal en los campos sensibles es como un orgasmo interminable, un dolor eterno. Adelantamos, con buen ánimo, que nos enfrentamos a una gran incapacidad de la razón que parece que agoniza en una postura que declara en silencio su propia decadencia, pero esto es sólo apariencia. Debemos conocer que el principio de indeterminación abarca todo, desde el objeto y su negación hasta el sujeto y su negación y no se queda en un neo-subjetivismo que anula el objeto. Sin desechar las experiencias alcanzadas con el objeto aparente, por supuesto, nos invade el deseo de cambiar rumbo hacia un no-sujeto, sujeto también aparente. Pero antes de que algo de eso pudiese suceder necesitaríamos saber en qué consiste el no-sujeto. Hasta entonces, las anulaciones del objeto no serán más que experiencias infructuosas de unos supra-sujetos muy sociales. Antes de aventurarnos a una negación directa de algo que experimentamos directamente, podríamos intentar ser humildes y pacientes, y comprender que necesitamos entrenarnos para llegar al no-sujeto, como diría un hombre sabio, no queramos pilotar un avión sin el permiso de conducir, o mucho menos, sin gasolina. Por otro lado, si sabes que nadie va a sufrir ¿por qué no conducir un avión sin gasolina? Entramos en el mundo virtual, aleatorio e ilusorio. Sin límites. ¿Cómo podemos estar tan seguros que nadie sufre?
Dada las características de la indeterminación y hechas las advertencias, en todo lo relativo a “Vacío es color”, nuestra experiencia artística de ahora, la mirada del Principio de indeterminación mantendrá un cariz mayor de experiencia artística que de teorización puramente estética, por lo que de momento nos gustará hablar de indeterminación como objeto de experimentación artística.
Volviendo entonces a ello, y con el pensamiento artístico como útil de libre albedrío, consideramos que siendo “imagen” un retrato de algo, una representación que está corporalmente determinada y que nos ubica en la comprensión de lo que es, esa representación no es definitiva, ni completa si no está también representada por los demás sentidos sensibles y pensantes. La naturaleza cambiante de la imagen la hace indeterminable para con las apegadas particularidades de cada percepción. Tal ambigüedad queda resuelta si la propia indeterminación se hace camino para alcanzar el todo de ese algo. En forma de esencia experimentable. Si conseguimos unificar una evocación de todas las “imágenes subjetivamente perceptibles”, no a la manera subjetiva de un sujeto particular sino a través de una mirada particular y subjetiva de todos los sujetos en particular, el camino de la plástica cumple un gran cometido. No se pretende más, aceptamos las limitaciones del objeto y lo usamos sin necesidad de anularlo. El sujeto entonces experimenta la paz que contiene la totalidad de algo en esencia evocada, entonces pierde las sensaciones, experimenta una no-sensación. Y tal experiencia lo lleva a comprender el no-sujeto.
Por ejemplo, tenemos la imagen real de un bosque por un lado. Por el otro observamos que la imagen mental de bosque depende de nuestro olor del bosque, de nuestra mirada, de nuestros pensamientos… Cada percepción tiene su imagen propia por lo que poseemos muchas imágenes de bosque. La imagen mental de bosque (que como comprobamos no es únicamente la del pensamiento de bosque) es el conjunto de esas imágenes y desde luego no tiene nada que ver con la imagen real de él. Si logramos pintar el conjunto de esas imágenes sin detenernos en ninguna concreta estamos pintando la esencia del bosque (la pintura resultante no es la esencia en sí misma, más bien es una mirada particular de la esencia, pero sí es el medio que nos lleva a ella). Quiere esto decir que la plástica que inquiere la esencia experimentable puede trascender una sola percepción, su medio, la vista, incluso la supuesta realidad que evoca. Quiere esto también decir que la plástica, a través de tal evocación, tanto con su práctica creadora como con la perceptora, puede hacerse equivalente al contenido de la mente misma. Mucho más allá de los pensamientos o de cualquier sentido sensible, con sus imágenes deterministas. Porque la plástica fue siempre indeterminada, esa es su magia.
Andamos, de todas formas con cautela de no confundir lo puramente abstracto y lo aleatorio, aunque sea intencionado y muy vanguardista, con lo indeterminado. No por no ver es, sino que es gracias al ver. Contra lo que dijera Mondrian, no hay ninguna obligatoriedad de que la apariencia de la cosa desaparezca para disfrutar del gozo de lo bello. El gozo, incluso de lo bello, se encuentra desde lo imperfecto. Nosotros mismos somos así. Lo indeterminado tampoco lo encontramos, aunque sea tentador, directamente por la simple visión microscópica o macroscópica de la materia, o por el realismo de la apariencia del objeto. Lo indeterminado sólo nos sirve para que podamos sentirlo y pensarlo. En el fondo sabemos todos dónde está. Se encuentra más allá de nosotros mismos, pero no podemos verlo sino a través de nosotros. No hay más misterio.


Como el color se hizo dueño y señor del espacio, se perdieron las perspectivas, se estrecharon las luces y las sombras, se sometieron las formas y se hicieron esencia los contenidos. El color lo invadió todo y se hizo forma, se hizo espacio, se hizo el contenido mismo…
Llegados a tal extremo, nuestro viaje se dirigió hacia lo más interior. Desde el interior encontramos algunas respuestas a nuestras preguntas. Y esto nos satisfizo aún más. Y fue justamente entonces cuando decidimos vanagloriar nuestro dichoso encuentro.
El vacío se hizo color. Y también se hizo cuerpo, naturaleza, árbol y plano. El vacío, nuestra antigua incógnita, quiso mostrarnos su materia, aún no teniendo materia, quiso mostrarnos su espacio aún no teniendo su espacio, quiso mostrarnos todo, aún no poseyendo ese todo. Porque vacío era la máscara de ese todo. En realidad, quiso mostrarnos su verdadera cara. El vacío nos dio la clave: Sólo en la virtud la mente del hombre podrá entender el vacío, y sólo en ella podrá penetrar en él.
Y tal perfeccionamiento se hizo camino. Y lo quisimos imaginar. Nos armamos de nuestro artificio y compusimos, desde nuestra infinita imperfección, la melodía más hermosa que pudimos.
Dirigidos hacia aquellos terrenos tan elevados nos sentimos muy pequeños. Menos mal, eso estaba mejor que bien. Modestamente, creemos, fabricamos unos paraísos de la mente para que nosotros, habitantes dispuestos de este mundo caótico, pudiésemos materializar en nuestro medio el mayor de los logros, pudiésemos sospechar desde el arte el verdadero orden. Dimos naturaleza a la conciencia, les suministramos su necesaria categoría y las expresamos como supimos.
Así nació la tercera de las series, MENTES CARDINALES.
Bon Voyage.
Juan Benítez Jamchen
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